martes, 3 de agosto de 2010

NUESTROS NIÑOS NOS MIRAN...

Y escuchan con atención cuando les hablamos del ser “buenos amigos y solidarios, y nos ven a diario pasar al lado de nuestro vecino sin saludarlo. Les comentamos sobre lo importante de no mentir y observan que cuando nos llaman por teléfono, preferimos decir que “no estamos, a expresar que en ese momento estamos ocupados y no podemos recibir la llamada”.


Nuestros niños oyen nuestras palabras y también observan con sus ojos que lo que hacemos es muy distinto de lo que decimos. Les hablamos del no gritar y gritamos, les expresamos que no peleen y peleamos, durante horas les comentamos de los beneficios del decir la verdad y mentimos delante de sus narices. “Haz lo que yo digo y no lo que yo hago” dice el refrán. Tal cual es lo que llevamos adelante en nuestra convivencia diaria. Se trata de actitudes y valores. Por eso es necesario que nos preguntemos como andamos? Que revisemos si hay coherencia entre el decir, el sentir y el hacer nuestro. Tal vez algo dificultoso aunque posible, en ésta carrera diaria de horarios de escuela, las comida, los baños, las llevadas a los cumpleaños, las visitas al pediatra, al psicopedagogo, a la foniatra, al psicólogo, a las clases de danzas, a kun fu, música, a concurrir a nuestros trabajos, trámites, a mirar los email, contestar los mensajes de texto, y demás cuestiones de nuestra vida diaria de hoy....

Es muy enriquecedor para todos, poder ser más espontáneos, y tomarnos un tiempo de reflexión. Es saludable hablarles desde la verdad de cada situación, teniendo en cuenta lo que pueden escuchar de acuerdo a su edad. Tal vez queremos ocultarles el enojo que sentimos, por nuestra pareja, por un amigo, por alguna persona con la que nos vinculamos, y no nos damos cuenta que nuestros niños perciben lo que nos sucede, y a veces eso no hablado genera más desconcierto en ellos, que la verdad de lo que realmente pasa.

Y que si no estamos dispuestos a ser sinceros pueden malinterpretar o sentirse hasta culpables cuando no nos ven bien. Desde éste lugar les decimos cosas como que el “enojo no es bueno”, que “llorar es cosa de mujeres”, “que decir lo que no nos gusta está mal, o es de mala educación”. Así les quitamos la posibilidad de la expresión de sus sentimientos y necesidades. ¡Qué valioso es darles un lugar a todos los sentimientos para que puedan aflorar!


Revisemos nuestra historia personal, demos lugar a reflotar a esos niños que fuimos. Volvamos hacia atrás, como si la película de nuestra vida pudiera rebobinarse e intentemos mirarnos siendo niños observadores de algunas escenas cotidianas, a veces incomprensibles, para nosotros. Presenciando peleas, llantos, entre seres que se amaban. Y nosotros muchas veces no entendiendo lo que sucedía, o mediando entre ellos, “papá quiere hablarte mami”, “el tío es bueno porqué te peleas con él”? “, “porqué la abuela no viene a las fiestas”. Preguntas a veces sin respuestas, ni sinceramientos por parte de adultos. Nosotros somos el soporte de los niños, soportes amorosos y firmes, que pueden poner en palabras aquello que ellos perciben y no comprenden.


Enseñemos a nuestros niños desde nuestras acciones, es saludable poder decirles que a veces estamos enojados cuando algo no es como quisiéramos, que una pelea no termina con un vínculo afectuoso, que los conflictos nos ayudan a crecer si logramos superarlos, aclaremos con ellos los malos entendidos, mostrándoles que es posible hacerlo.


Es valorable ayudarlos a entender que no todos pensamos del mismo modo y que no está ni bien ni mal, que somos distintos, y que la buena convivencia se logra cuando logramos respetarnos a nosotros mismos y del mismo modo a las otras personas .


Ante todo seamos honestos con nuestros propios sentimientos y ayudémoslos a ellos a serlo también. Nuestros niños necesitan claridad y coherencia de nuestra parte. ¡Vale la pena intentarlo!



Lic. Liliana Calvo y Lic. Anabella Ossani

Ambas son la Directora y la Coordinadora del Área Psicoterapéutica del Grupo ConVivir : www.convivirgrupo.com.ar